La casa de mi abuela, del año 1900 aproximadamente, era una
construcción típica de la época, de adelante para atrás había
una cocina, un galponcito, tres grandes dormitorios sobre una larga y
alta galería, y al fondos dos baños, otra cocina, y dos
habitaciones chicas. Casa típica de las llamadas conventillos, pero
de poca gente.
Las cosas no andaban bien en una época, mi abuelo había ya
fallecido y el sostén de la casa eran mi mamá y mi tía, ésta era
ya una muy buena pantalonera y mi mamá una buena acompañante.
Para paliar un poco la situación económica, alquilaron una de las
habitaciones chicas del fondo, a un hombre de origen europeo, sólo,
poco hablado, tal vez por el idioma, ya que no conocía mucho nuestra
lengua. Había, cómo ya muchos, emprendido el largo viaje del
inmigrante. Su familia, mujer e hijos seguían viviendo en europa.
Trabajaba en el puerto de Buenos Aires de lunes a sábado. Los
sábados por la noche se encerraba en su habitación y no salia hasta
el lunes, cuando iba a trabajar. Abusaba del alcohol, pero solo por
la noche del sábado. Hablaba, que extrañaba mucho a su familia, su
trabajo dejado, y también cantaba o tarareaba canciones de su tierra
permanentemente. Bastante con tono alto.
Un día trajo un tocadiscos, que había encontrado, pero que tenía
su motor quemado. Estuvo trabajando varios fines de semana, con su
tocadiscos.
Un día colocó el tocadiscos en el patio y anuncio que íbamos a
escuchar música. Del aparato salía un extraña manguera?
Y colocó la manguera en la canilla de la pileta del patio trasero, y
abrió el paso de agua. Enseguida por abajo del aparato empezó a
salir un chorro de agua.
Todos pensaron que el desarraigo, el alcohol, la mente, le estaban
produciendo daño y pensaron que deliraba…..
Puso un disco en el tocadiscos y la música inundó la casa de mi
abuela…….
Y siguieron escuchando música y también lo hicieron por mucho
tiempo, hasta que un día el extranjero dijo “Chau”, y nunca más
lo vieron.
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