Pertenezco a la generación de argentinos, que en los años 60, festejó un gran triunfo estudiantil: la eliminación de latín y griego como asignaturas obligatorias en el colegio secundario. ¡Pasaron más de 40 años y todavía recuerdo cómo festejamos por las calles! Yo acababa de ingresar al Colegio Nacional Manuel Belgrano, un selecto grupo de vagos de Barrio Norte. Tan importante como lo logrado, fue que las chicas del Normal 1 (allí cerca, en la avenida Santa Fe) salieron a festejar con nosotros.
La fotografía en La Nación del 19/11, de los chicos festejando que no habrá exámenes obligatorios, sólo se diferencia en que entonces la moda era diferente. La euforia y la alegría son las mismas.
En los últimos años, me obsesiona este recuerdo de una manera reiterada, ya que en la medida que me fui haciendo mayor y aumentando mi calidad y cantidad de lecturas, muchas veces pensé qué diferente hubiera sido mi vida si de joven hubiera estudiado latín y griego. Además de escondernos en la cantina del colegio a fumar y otras aventuras típicas de la edad, que de ninguna manera son incompatibles.
Entonces tomábamos literalmente el concepto de “lenguas muertas” y decíamos para qué
Queremos aprender lenguas que ya no se hablan. Lo mismo pasaba con las matemáticas. ¿Para qué aprender algo tan inútil, si seguramente –como sucedió años después-habría calculadoras portátiles que harían las cuentas por nosotros?
Tuvieron que pasar muchos años para comprender hasta que punto las matemáticas permiten el desarrollo lógico de nuestro pensamiento, y cómo saber latín y griego permite un acceso mucho mas profundo a los idiomas y al pensamiento, y para entender las implicancias políticas del conocimiento: las posibilidades de un país dependen del nivel cultural de sus ciudadanos. Para ser ciudadanos hay que saber leer, no sólo en el sentido funcional, sino en el sentido profundo de una experiencia transformadora. El que da lugar a ciudadanos exigentes, a jóvenes rebeldes, a generaciones transformadoras. No repetiré lo que mejor dicen Alberto Manguel o Guillermo Jaim Echeverry (a quienes sugiero leer y releer), pero al ver lo sucedido en nuestro país en los últimos cuarenta años, me convenzo de que tiene mucho que ver con el ruidoso festejo de aquellos años. Y que, por lo tanto, no habrá cambios mientras no se produzca una recuperación del nivel educativo, sin la cual no hay ciudadanos y no hay estadistas (sólo políticos, como hoy), y no hay progreso ni hay justicia. Sé que éste es un discurso “demodé”, pero llegué a él después de mucho leer y escuchar.
Estoy seguro de que hoy –como entonces-, hay minorías que consideran que aprender y estudiar para dar exámenes no es tiempo perdido: todo lo contrario.
Guillermo Schavelzon
Cartas de lectores
Diario La Nación, miércoles 23 de noviembre de 2005.
domingo, 11 de diciembre de 2005
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