Creo que fue a fines de 1975 o principios de 1976, en nuestra segunda o tercera concurrencia al camping La Porteña, que fue cuando vivimos esta historia, con un poco de desconcierto al principio, pero con necesaria obediencia, porque en definitiva el reglamento existía y había que cumplirlo.
Inaugurábamos en familia un viejo Peugeot 404, que arrastraba nuestro querido tráiler Pionero 200, rumbo al camping por la ruta 8, nosotros cuatro y mi mamá, cerca de la ruta 197 se rompió un buje de la palanca de cambio, y entonces solamente entraban dos cambios chichos, por lo que seguíamos avanzando a no más de 40 km por hora!!!!, volvíamos hacia casa y en el camino de regreso encontramos un negocio de repuestos Peugeot, paramos y conseguimos los dos bujes que van a la salida de la palanca de cambios hacia la caja, fuimos hasta una estación de servicios de la zona y pedimos prestada la fosa, en menos de una hora cambie el buje y seguimos viaje al camping ya con todos los cambios disponibles.
Pero eso hizo que llegáramos a nuestro destino a las 23.45 horas y nos encontramos con la barrera de ingreso cerrada. Dejamos el auto y el tráiler al costado de la entrada y fuimos hasta la oficina de ingreso, allí estaba el Sr. Ramírez, le explicamos el problema que tuvimos, pero el reglamento era estricto y no pudimos ingresar. Pero previo permiso el Sr. Ramírez nos permitió quedarnos en la entrada, donde abrimos el tráiler y dormimos hasta las 7.30 de la mañana siguiente, a la razón hora de entrada permitida, y nos pudimos ubicar en una parcela, donde armamos nuestro campamento definitivo.
Con el tiempo y luego de concurrir muchos fines de semana a La Porteña, aprendimos que el reglamento del mismo era inviolable y siempre se cumplía y a pesar de la amarga experiencia de la llegada tarde, siempre fuimos devoto del mismo. Y estábamos conforme con su aplicación, que siempre resulto muy estricta. Creo que eso hacia que el campamento fuese muy agradable, tranquilo, seguro y que todos los que volvían lo hacían con la obligación de ser distintos y obedientes.
Nunca viví en un campamento, donde concurrían muchos acampantes, que hubiese tanta armonía, seguridad y buenos tratos.
Lastima que el Sr. Ramírez, muy pronto se fue a manejar otros campamentos, en el cielo, y sus reemplazos si bien siguieron con su gestión “estricta”, el reglamento se fue diluyendo bastante, pero siempre ese camping tuvo restos de su fundador, y si bien las ordenes fueron diluyéndose, había que cumplirlas, y los que empezamos en ese camping nuestra experiencia del buen pasar, seguimos por mucho mas tiempo aprovechando su idiosincrasia muy particular y respetable.
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