lunes, 8 de julio de 2013

Pirámides egipcias

Desde Aristarco de Samos hasta los astrónomos del 1900, la humanidad ha empleado veintidós siglos en calcular la distancia de la tierra al sol: 149.400.000 kilómetros. Habría bastado con multiplicar por mil millones la altura de la pirámide de Cheops, construida 2900 años antes de Jesucristo.

Se encuentra en ellas el número Pi, el calculo exacto de la duración del año solar, del radio y del peso de la tierra. la ley del movimiento retrógrado de los puntos equinosiales, el valor del grado de longitud, la dirección real del norte y acaso muchos otros datos todavía no descifrados.

¿De donde procedían estos informes? ¿Cómo fueron logrados? ¿O fueron transmitidos? Y, en este caso ¿por quién?

Gizeh es una montaña artificial de 6.500.000 toneladas. Bloques de doce toneladas se ajustan entre sí con exactitud milimétrica. Generalmente se admite la idea más vulgar: el faraón debió de disponer de una mano de obra colosal. Pero falta explicar cómo resolvió el problema de la aglomeración de tan enormes multitudes.

Y la manera en que los bloques fueron extraídos de las canteras. Los constructores no dispondrían más que de martillos de piedra y sierras de cobre, que es un metal blando.

¿Cómo fueron izadas y unidas las piedras talladas de 10 mil quilos y más?

Parece que hay que admitir la tesis místico-primaria: Dios dicta informes astronómicos a unos albañiles obtusos pero aplicados, y, además, les hecha una mano.

Párrafos diversos sacados del libro “El retorno de los Brujos”, 1966.

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